sábado, 14 de julio de 2012

Día 2

Tengo poco espacio. Realmente Micaela tenía una habitación bastante pequeña, pero no me importa, al menos parece seguro. Y tiene baño.

Reina un silencio de sepultura en este ambiente: es paradójico, claro: los muertos chillan allí sobre la calle, espantan las palomas con sus ruidos y yo, el vivo, pulso las teclas con la mayor suavidad posible, para no delatarme; me muevo lento, intentando no chocar con nada en esta pequeña habitación, sin embargo estoy eufórico: tengo mi propia tumba y parece inexpugnable. Han pasado 24 horas desde que vi al primer Zombie y recién ahora estoy seguro. He tenido suerte. La suerte que no han tenido mi esposa y mi hijo.

Cambiando de tema quiero decirles que pude limpiarme la sangre ajena que me manchaba el rostro. Micaela tenía toallitas higiénicas perfumadas. Así que podríamos decir que me he pegado un buen baño. Me siento como nuevo, desinfectado. Aun no estoy seguro de haber eludido la infección, pero al menos me siento más fuerte.

Este diario de supervivencia los seguirá informando.

viernes, 13 de julio de 2012

Día 1

Buenos Aires se apagó

¿Alguien lo puede creer? Yo todavía no. Digo todavía, porque aun conservo gotas de sangre infecta sobre mi mejilla izquierda, sangre infecta que arranqué del cuerpo del último ¿monstruo? que me persiguió hasta acá. Hace escasos momento hundí el metal afilado sobre el hombro de aquel no ser que me negaba la entrada a esta habitación y todavía no me lo creo. Debo estar en shock, aunque las manos no me tiemblen.

En todo caso, ¿qué es estar en shock? debe ser un resabio conceptual de las películas de terror que he visto. Por eso escribo Shock. No me hagan caso.

Para no pensar en el concepto de  shock, examino la computadora. En la carpeta “MIS FOTOS” hay imágenes, muchas, de una muchacha joven. ¿Será la computadora de una adolescente? Las fotos están nombradas con diferencias sutiles del nombre Micaela.

“Micapic”; “Mica001″, “Mica002″ y la secuencia es previsible. ¿Dónde está Mica?

El teclado también tiene sangre.

Es inverosímil, pero ahora solo pienso una cosa:  ¿me podré yo contagiar por estos restos de sangre que manchan mi piel y el teclado? -me duele espantosamente la cabeza- ¿Seré entonces uno de ellos en pocos minutos y saldré otra vez por Avenida del Libertador a buscar la carne de los sobrevivientes? No quiero salir a Libertador. No quiero tener hambre de carne humana. Quiero cerrar los ojos y que sea el mes pasado.Quiero olvidarme de la cara de Azul, de sus dientes penetrando el cuello de Fabián.

Azul era mi mujer. Fabián era mi hijo.

Digo eran y ustedes me comprenderán. Pude haber escrito “son” -ese fue mi primer impulso verbal- pero ya no son, aunque tenga la horrible certeza de que aun, mientras escribo esto, caminan.

Me duele la cabeza -lo dije- tal vez sean ciertas mis sospechas y los restos de sangre infecta sobre mi rostro están actuando, convirtiéndome, degradándome.

Escribo para no ser zombie. Quiero decir que mientras escriba, no seré un Zombie porque los he visto, los he visto y juro que ellos no podrían escribir.

Buenos Aires se apago. Este será mi informe: mientras escriba seré un vivo.